Aquel día de agosto me desperté muy temprano, con ganas de comerme el mundo. Me levanté y me dirigí hacia la puerta, cerrándola para poder vestirme sin ojos que me vigilasen. Me arreglé lo mejor posible y me dispuse a salir, tenía una cita.
A pesar de estar en pleno verano, la brisa de por las mañana corría y hacía del largo camino uno más ameno, iluminado por el tierno sol de las diez de la mañana.
Tras más de media hora caminando, llegué a ese lugar. Me abrieron la puerta enseguida, con una amplia sonrisa en el rostro. Sí, era esa persona, esa a la que yo buscaba. Unos minutos después de estar hablando, me hizo una petición, la cual yo acepté no muy convencida… Entré en aquella habitación de olor dulce y me quité la ropa lentamente, como si por hacerlo más lento, lo que yo tenía pensado no sucedería.
Me equivoqué, me hizo tumbarme en una estrecha cama mientras me miraba sin quitarme el ojo de encima, esperando a que estuviera preparada. Separé un poco las piernas para que este juego, del cual me imaginaba el final, pudiese comenzar.
Empezó pasándome la mano por la pierna derecha, la acarició y me miró con un poco de duda. No sabía bien qué me quería decir con esa expresión, por lo que yo me quedé un inmóvil en el sitio.
Noté como iba subiendo, llegando hasta la ingle. Era una situación algo incómoda y molesta, pero tenía que hacerlo sí o sí. Intenté distraerme con cualquiera de mis pensamientos, de esos que me lían de tal forma que me hacen no pensar en lo que está sucediendo realmente en ese momento.
Y sin darme cuenta, ya estaba dentro. Un tremendo escalofrío recorrió mi cuerpo cuando me di cuenta de lo que había hecho. Notaba como mi piel se estaba desgarrando, he incluso podía sentir que la sangre había aparecido en ella.
Me estaba penetrando suavemente, pero, a pesar de eso, me dolía. Era un dolor punzante, pero soportable, intenté aguantar el tirón.
Cada vez eso iba más rápido, ya no solo notaba como sangra, sino que la estaba viendo. La situación me estaba sobrepasando. Intenté que parara, pero siguió penetrando en mí con una sonrisa, como si hiciese oídos sordos a mi súplica.
Con lágrimas en los ojos se lo pedí de nuevo, rió y volvió a entrar por última vez, apartándose de mí justo después. No quise mirar, pero no me quedaba otra…
Por mi pierna corría una gota de sangre, la limpié sin pensármelo dos veces y miré a esa persona con odio.
Vale, quizás fuese un leve dolor al que uno se acostumbra con el tiempo, pero… No me hace ni puta gracia que me agujereen la pierna para sacar un puto pelo enconado. ò.ó
Entre la aguja y la sangre iba a morir en ese momento.
¿Podría haber pasado algo más? Claro, podría haber entrado una paloma y cagarse en mi cabeza, rutina ya. -.-
Gracias por hacer que mis traumas infantiles vayan incrementando. ^^
Con mucho odio y rencor… Yoli♥

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